Ahora que apenas dedico tiempo al noble y legendario arte de fansubear (algo sigo haciendo, pero ya no es mi prioridad), estoy aprovechando para ver anime tanto de nuevas temporadas como de temporadas atrasadas. Muchas veces hablo con mis amigos del «invierno nuclear» (tema que da de sí para reírse de mí durante muchas horas), o lo que es lo mismo, de buscar una excusa para mi diógenes digital. «Pero tío ¿cuándo vas a ver eso?», a lo que yo respondo «Cuando llegue el invierno nuclear». Dediqué casi diez años a llevar anime a los demás, así que creo que ya es hora de que ahora vea anime para mí. Y de la serie que quiero hablar hoy no es otra menos que la controvertida serie de esta temporada: KILL la KILL.
¿Por qué digo controvertida? Porque da de qué hablar. No es ni mucho menos el anime del siglo. Menos aún me parece un anime con sentido. Pero es la vistosidad, la música y las ingentes dosis de epicidad en poca ropa lo que hacen que este anime del director de tan obra magna como fue Tengen Toppa Gurren Lagann me tenga enganchado semana a semana, como en los viejos tiempos.
¿Y esto de qué trata? Pues de ropa. De peleas. De una tipa que siempre aparece en la misma pose. De otra tipa que quiere vengar la muerte de su padre con media tijera gigante que utilizará como espada. Y de Senketsu.
¿Que quién (o qué, más bien) es Senketsu? Pues es el uniforme de instituto de toda la vida de la protagonista de esta historia, Matoi Ryuko. Un uniforme un tanto «especial» pues se alimenta de la sangre de Ryuko para dar rienda suelta a sus poderes y dejarla como en esta imagen de aquí arriba, con poquita ropa. Pero la relación entre Ryuko y Senketsu es algo más que eso. Es el nexo con su padre pues Senketsu, o como la llaman en inglés, su godrobe, ya que este último lo crearía con unas fibras especiales para que lo vistiese especialmente su hija.
Pero detrás de todo este argumento tan absurdo lo que hay es todavía más absurdo. Un montón de referencias a Japón, un montón de estereotipos a su gente, a su forma de ser, a sus raíces. Todo ello además acompañado de trazados violentos y situaciones disparatadas. Como ya dije arriba, ingentes dosis de epicidad al más puro estilo Dai Gurren. Es una serie que hay que disfrutar sin más, sin buscarle una vuelta de tuerca, sino de intentar digerir todo lo que sus autores nos están transmitiendo. O como digo yo, una serie de «apagar el cerebro y disfrutar».